viernes, 24 de febrero de 2012

Desamparados

Decía el sábado pasado Ignacio Sotelo que Nada ha marcado tanto la historia económica de los últimos treinta años como la conversión al neoliberalismo del socialismo español. Desde el convencimiento de que no hay alternativa al capitalismo – “pensamiento único” – Boyer, Solchaga, Solbes, Rato, Montoro, son intercambiables. Esto mismo, con otras palabras que resultaban más chocantes a los oídos de la época, lo lleva diciendo Julio Anguita desde que yo me acuerde (hace ya muchos años). El resultado es el mismo, la gente agobiada por la crisis e indignada con el ascenso de la injusticia más impúdica no sabe a quien recurrir. Si voto a la derecha, me echan del trabajo por quíteme usted unas bajadas trimestrales en las ventas (¿cómo se cuantifican las ventas en los sectores que no tiene ventas, como el público, o el no lucrativo?); si a la izquierda (sedicente, en el sentido de autodenominada), chispa más o menos, pero de buen rollo, oiga. El resto: partidos populistas, con figura popular o abiertamente fascistoides; izquierda más allá, pero con vocación extraparlamentaria y alternativos de salón.

Los partidos existen para articular políticamente a la sociedad, pero cuando la oferta es la misma en todos sitios, aunque lo envoltorios sean diferentes, no sirven para nada, son inútiles a la sociedad (sólo son útiles a sí mismos) y llega el desprestigio de la política,  circunstancia peligrosísima que no procede sólo de los abusos y la corrupción; sino sobre todo de la percepción de que los políticos no representan, son todos iguales, no sirven para nada, sino que se han convertido en algo parecido a diferentes congregaciones religiosas de un mismo credo, único y verdadero.

Las personas razonables no saben a dónde ir, salen a la calle y gritan y protestan; pero saben que así es muy difícil arreglar las cosas. Esto no es Túnez, Egipto o Siria (aun, que todo puede andarse). Entonces, ¿Qué hacer? De nuevo Sotelo: En una sociedad muy fragmentada, con una población creciente en situación precaria, no se divisa fuerza social que pueda enfrentarse al poder inmenso de una élite internacional que ha acumulado una enorme riqueza. 

Pues yo no lo sé. De primeras estar informado e intentar que no nos engañen demasiado con integrismos económicos que a fuerza de pensamiento único han devenido en pseudoreligiosos. Luego, protestar, asistir a las concentraciones, aportar lo que se pueda, mientras no nos agote en cansancio o el aburrimiento. Luego, quizá esperar que la situación se deteriore y estalle, se agudicen las contradicciones, que se decía antes. Mientras tanto, y esperando que las contradicciones no acaban atravesándonos a todos como un brocheta, concentrar la lucha en poco objetivos, claros y con mucho respaldo: en el plano político, la reforma electoral; en el económico, la lucha por los (pocos) derechos que nos quedan a los que no tenemos más que nuestro trabajo y un sistema fiscal realmente progresivo que no premie sólo a las rentas del capital. No sé, cosas así, razonables y sencillas, para ir avanzando. No tiene que ser revolucionarias, sólo un poco justas.

Lo que parece claro es que nadie lo va a hacer por nosotros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario